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UNA EXTRAÑA RIBERA

Nadie sabe por qué, para qué desembarcan a diario

nuevos viajeros en la playa, ni de dónde proceden,

e igualmente se ignora a qué lugar emigran los que parten.

La vida es un confuso litoral, una extraña ribera.

Pero impasibles,

como si tanta maravilla no aconteciese alrededor,

sino lejos, en algún mar retirado,

los demás atendemos tan sólo nuestros pequeños asuntos,

nuestra tarea de hombres.

Así fue desde siempre,

decimos al que interroga,

al que se atreve a remover el silencio pactado,

y así, concluimos, parece que seguirá...

 

  

 

LA ORILLA CONTRARIA

 

 

Nadie sabe tampoco lo que el destino reserva al otro lado del mar,

en la orilla contraria,

adonde habremos de ir la noche que partamos.

Algunos dicen que nada.

Que sólo el aire y las aguas ocupan el espacio,

la inmensidad desoladora,

y que los cuerpos se tornan secretamente espuma.

Otros afirman que un valle de abundancia,

una provincia fértil donde la luz es eterna,

la muerte una palabra hueca, una inquietud de los vivos,

y la felicidad un don irrevocable.

Yo no creo a ninguno pero sé que algún día,

cuando trasponga el sol,

emprenderé mi viaje solitario hacia una costa ignorada.

 

 

 EL SOL

 

 

Ni dioses ni paraísos. Cada mañana el sol, remoto astro sincero,

descubre a los mortales la única verdad:

el mar y la ribera, las criaturas y el hombre.

Cada mañana el sol proclama su mensaje.

Mirad, nos dice, con sus rayos alegres, cómo fulge la vida,

cómo suena y perfuma...

Mirad el color,

el extraño perfil de los objetos.

Mirad, insiste, y atreveos a sentir.

Más allá de vosotros nada existe

y, si existe, un día lo sabréis.

Ahora disfrutad, sin miedo ni pavores...

Cada mañana el sol descubre la verdad, la única verdad,

pero pocos le escuchan. Porque los hombres prefieren, a la duda,

mentiras confortables.

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EL FUEGO

 

Hay noches que la playa se ilumina de hogueras

y pequeños concilios familiares,

reunidos junto al fuego,

animan con sus canciones, sus bailes y sus risas

el desvelado litoral.

Son noches en que el tiempo no lastima ni araña,

porque ninguno lo siente.

Noches en que la vida

se parece a la vida, a su imagen más plena,

y todo lo que ocurre transcribe tu deseo...

Y noches en que te ocupa una emoción antigua,

y allí, tan cerca de las llamas rituales,

en el fervor de la danza o en la embriaguez del vino,

excitado mortal, agradeces a los dioses tu minuto de vida.

 

  

 

 

LAS EDADES DEL HOMBRE

 

 

En la primera edad el niño juega inconsciente,

excavando sus fosos,

alzando despreocupado sus castillos de arena,

sus murallas de ensueño...

El mar no le amenaza todavía,

aunque derrumbe a veces tan frágiles edificios.

Pero el muchacho siente, en su despierta juventud,

que cada ola que se va le acorta un poco la vida,

y urde apresurado los planes imprecisos que atrapen el futuro.

En la postrera edad el viejo se detiene.

Con la mirada fija en el vaivén de las aguas

repasa y agradece los años que vivió,

sabiendo que muy pronto, desde el mar,

llegará la nave siniestra que lo destierre por fin

de esta playa querida...

© 2015 DANIEL LÁZARO ABOLAFIO

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